Todos hemos lidiado con la ansiedad en algún momento de nuestras vidas.
Porque somos humanos, y la imperfección forma parte de nuestra naturaleza.
La ansiedad es una emoción inquietante, muchas veces vinculada a otras emociones habituales que enfrentamos incluso a diario: el miedo a perder, la frustración de no alcanzar lo que deseamos, la soledad del aislamiento… emociones que todos hemos sentido, especialmente en los últimos años.
Lo que vivimos con los confinamientos fue duro. Para muchos, una prueba emocional profunda. Y para quienes ya luchaban con su salud mental, significó un desafío aún mayor. La ansiedad puede surgir en cualquier momento, en cualquier persona. No discrimina.
Cuando mis pacientes me piden ayuda para “deshacerse” de sus emociones negativas, suelo decirles:
«No tiene sentido intentar eliminar algo que vino contigo desde el momento en que llegaste a este mundo. La clave no es rechazarlo, sino hacer las paces con ello».
He visto a muchas personas luchar contra sus demonios internos durante toda su vida. Invierten tiempo, energía y dinero tratando de huir de algo que, en realidad, es parte de ser humano. Nadie está exento de desencadenantes emocionales. Nadie puede evitar sentir ansiedad en ciertos momentos.
El enfoque más saludable es precisamente ese: hacer las paces con lo que sentimos.
Entender que las emociones negativas no son enemigos, sino mensajes.
Y que podemos desarrollar estrategias para trabajar con ellas, no contra ellas.
No se trata de vivir libres de ansiedad, tristeza o miedo. Ojalá fuera así. Pero no es nuestra realidad.
Lo que sí podemos hacer es aprender a regular nuestras respuestas, a suavizar el impacto, a contenernos con compasión. Y eso es un arte que requiere práctica, hábito y valentía.
¿Y cómo empezar?
Con conexión.
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Conexión contigo mismo, con quien eres de verdad y con tus expectativas reales.
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Conexión con tu respiración, con su ritmo, especialmente cuando sientas que estás perdiendo el control.
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Conexión con tu cuerpo, para reconocer y regular la respuesta física que acompaña a esas emociones no deseadas.
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Y, sobre todo, perdón a tu humanidad, y a la manera imperfecta —y por eso hermosa— en que manifiestas lo que sientes.
La ansiedad no te hace débil. Te hace humano.
Y es a través del amor propio y la comprensión profunda de la vida que puedes aprender a navegarla.
Los auténticos jefes de la vida dominan sus emociones no porque no las tengan, sino porque entienden lo que se necesita para vivir una vida plena, consciente y conectada.